Testigos del amor de dios – Ministerio con encarcelados y detenidos

Petra Alexander

Este artículo es parte de una serie enfocada en diferentes áreas ministeriales. Los artículos son presentados bajo la perspectiva del proceso del V Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina.

Nuestra Diócesis de San Bernardino tiene 33 prisiones en sus dos condados. Hay prisiones de: jóvenes, de mujeres, de hombres; de baja, media y alta seguridad, hay centros de detención; hay del condado, estatales y federales… la prisión-hospital para enfermos mentales más grande de California; prisiones pequeñas y otras con capacidad para miles de usuarios. Hay una gran cantidad de personal para atender estos centros y la Oficina de Justicia Restaurativa organiza las visitas, servicios religiosos, busca y forma a los voluntarios que acompañan y evangelizan.  Afuera, quedan numerosas personas afectadas, tanto las víctimas quienes directamente fueron blanco de un delito y sus familias que también son lastimados; como víctimas  indirectas, que son las familias de los que realizaron algún delito.

¿Qué podemos hacer por las familias que tienen seres queridos en la cárcel?

La primera sugerencia es: Identificar a las familias que tienen seres queridos en la cárcel en nuestras parroquias y programas ministeriales.  Allí están y es posible que se tardarán bastante en decir lo que pasa en la familia. Un catequista no puede pasar de largo ante un niño o adolescente que tiene a su papá o su mamá detenido, ya sea esperando juicio o, ya sentenciado. Estemos conscientes que cuando se tiene un ser querido en la cárcel se vive bajo un difícil estigma. Muchos niños no quieren hablar de eso, si son más grandes les da vergüenza. Cuando están en programas sacramentales tienen preguntas difíciles sobre su naciente fe. ¿Cómo se puede tocar sus corazones si no hay una atención personal y respetuosa?   Permitirles expresarse. En el lenguaje de estas familias se usan palabras alusivas: “mi papá está guardado”, “enlataron a mi hermano”.

Segundo: Animar a la familia a no aislarse, a afrontar la vergüenza. Así como no conviene guardar o esconder una herida, sino hay que permitir que le llegue el viento, el sol para sanar, también necesitamos animar a salir de la pena y buscar ayuda. El problema es que cuando estas personas vienen pidiendo apoyo, es difícil que una parroquia tenga algún programa específico o algún recurso. Les sugieren que vayan a algún grupo de Biblia u oración, o, a algún otro ministerio.

Pero muchas veces las personas quieren algo específico para ese dolor. Adelantarnos a percibir las dificultades económicas de estas familias. Muchas familias entran a un proceso de empobrecimiento por los enormes gastos que suponen los procesos legales. Es importante darles a conocer programas como Súbete al Autobús, que permiten a muchos niños visitar a sus mamás el Día de la Madre y a los padres por el Día del Padre, en las prisiones.

Este programa en California tiene lugares donde hay un buen número de chaperones que acompañan a los niños en caso de que a otros familiares no les sea posible. O también, el programa El Árbol de Ángeles por la Navidad. Las páginas web tienen bastante información publicada sobre estos servicios.  Comunidades Parroquiales que tienen clara conciencia de estas necesidades crecen en ofrecimientos. Pero esto supone tener promotores de los programas en diversas áreas: con los grupos ministeriales y con otros grupos de buena voluntad.

Organizar algún retiro, charla, convivencia. Cuando las personas que tienen seres queridos en la cárcel se conocen, comparten sus historias, se suele escuchar: “al fin hallé a alguien que sí sabe lo que vivo”. A veces con muy pocos recursos se puede iniciar algo.  Invitar a los miembros de una familia con seres queridos en la cárcel a formar grupos de apoyo en lugares, horarios y condiciones convenientes. Identifica recursos que le pueden ayudar.

 Motivar la comunicación entre las familias con sus seres queridos en la cárcel por diversas vías: escribir, hablar cuándo se puede, visitarles si se dan las condiciones.   Ayudar en lo posible para construir un puente para que la relación familiar siga existiendo. Se sabe que esto ayuda positivamente a los prisioneros. Estudios han comprobado cómo cambia positivamente la conducta de los prisioneros con quienes sus familias se comunican, y más todavía si los visitan. Sabemos que las condiciones para visitar una prisión no son fáciles para muchos hispanos, sobre todo por la situación migratoria, pero esto no quita que haya diversos modos de hacerse presentes.

El ministerio con las familias de los prisioneros le corresponde a toda la comunidad de fe.  Hace falta trabajar nuestra conciencia para estar atentos a la presencia de personas necesitadas y hacerlo con sensibilidad y respeto. Esto nos permite hacer realidad la genuina expresión del Cuerpo de Cristo a la que invitó San Pablo a la Iglesia, y si integramos a estas familias a nuestras comunidades cumplimos el propósito pastoral de un ministerio que restaura y devuelve unidad y armonía.

Petra Alexander es directora de la Oficina de Asuntos Hispanos de la Diócesis de San Bernardino. Ha servido en la Mesa Directiva Nacional y de la Región XI. Colabora en proyectos de atención a los inmigrantes en su Diócesis. Ha publicado Comentarios a La Palabra de Dios, LTP;  Corazón Prisionero: Amigo Verdadero, Liguori; artículos para la revista Liturgia y Canción (OCP) Gracias, coordina la redacción del libro Mis Quince Años de Paulist Press.

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