Por David Agren Catholic News Service
HUEHUETENANGO, Guatemala (CNS) — James Miller, hermano de la LaSalle, fue maestro y vicedirector de la escuela de los Hermanos de LaSalle en este rincón rural pobre de Guatemala.
También ayudó a dirigir un hogar de internado para muchachos de las comunidades indígenas vecinas.
Fue beatificado el 7 de diciembre con una celebración en los campos de fútbol de la misma escuela donde servía, que sigue educando a estudiantes del altiplano occidental de Guatemala, una región montañosa de aldeas mayas que se ve devastada por la migración exterior y que sufre altas tasas de pobreza y malnutrición infantil.
El beato Miller fue recordado como mártir de la educación, ya que su compromiso con la enseñanza, la tutoría y la protección de los muchachos encomendados a sus cuidados — en medio de las atrocidades de la guerra civil de Guatemala — le costó la vida.
“La obra y el trabajo del Hermano Santiago”, como se conocía al beato Miller, “es un punto de referencia, tanto para la comunidad LaSallista o para todo educador cristiano, acerca de la validez y la vigencia de la pastoral educativa”, dijo el cardenal José Luis Lacunza Maestrojuan de David, Panamá, celebrante en la Misa de beatificación.
“La educación católica pertenece a la misión evangelizadora de la iglesia”, añadió en su homilía.
“El trabajo pastoral del hermano Santiago lo consumió al punto de ser asesinado. No hay nada que incomode tanto a los totalitarios –tanto de izquierda como de derecha, de ayer o de hoy– como la educación. Por eso estaban tan determinados a suprimir el derecho a enseñar, a suprimir la propia educación, incluso si para hacerlo tenían que negar un derecho humano básico, como es el derecho de los padres a elegir la educación que quieren para sus hijos”.
Hermanos de LaSalle con sus hábitos negros, estudiantes de secundaria con sus jeans y camisetas, y mujeres indígenas con faldas y blusas bordadas llevaban en las manos fotos del beato Miller cuando era joven, que apenas pasó 13 meses en Huehuetengango, pero que dejó una herencia de servicio a los pobres e indígenas.
La vida y legado del beato Miller sirvieron como un recordatorio de mantener “la opción que le motivó a venir a Guatemala, la opción a favor de los pobres e indígenas”, le dijo a Catholic News Service el cardenal Álvaro Ramazzini Imeri, de Huehuetenango.
Él fue a Guatemala para entregarse a esta misión, dijo.
“Esa opción sigue siendo urgente y es prioritaria en esta diócesis porque, a pesar de todos estos años, la pobreza ha aumentado. Ésta es la realidad”, dijo el cardenal. “Mantener abierta la opción, la opción que le motivó venir aquí a Guatemala, la opción fue de a favor de la gente pobre, indígena y el vino para entregarse a esta misión y entonces esa opción sigue siendo urgente, prioritaria aquí en la diócesis”.
El trabajo del beato Miller en Huehuetenango puso de relieve la dura situación de los guatemaltecos pobres e indígenas que a menudo viven en comunidades aisladas y marginadas sin acceso a la educación o a los servicios básicos.
Él asesoraba a los jóvenes a su cuidado y, según sus colegas, tenía la esperanza de convertirlos en líderes que regresaran a sus comunidades como profesionales y promovieran la transformación entre una población excluida de la sociedad más amplia.
“No hay un pueblo más inútil que el pueblo ignorante, no hay un pueblo más sumiso que un pueblo domesticado, no hay un pueblo más manipulable que un pueblo sin conciencia, sin criterios, sin valores”, dijo el cardenal Lacunza. “El hermano Santiago con su pastoreado de los pueblos indígenas y los más pobres entre los pobres, se sentía consciente de su dignidad, de sus derechos y de sus responsabilidades porque desquebrajaba el sistema autoritario usurpador y abusivo de quienes creían en ellos solo”.
El hermano Miller nació en una familia de agricultores en Stevens Point, Wisconsin, en 1944. Ingresó en los Hermanos de la Doctrina Cristiana, se graduó de St. Mary´s College en Winona, Minnesota, y se sintió atraído a Centroamérica.
La mayor parte de los años 70 estuvo sirviendo en la costa atlántica de Nicaragua, donde dirigió la escuela de los Hermanos LaSalle. Supo tratar hábilmente con el régimen dictatorial de Anastasio Somoza, lo cual era necesario porque la escuela recibía fondos públicos, pero también era arriesgado ya que los sandinistas, que ascendieron al poder en 1979, lo veían como adversario.
Salió de Nicaragua por razones de seguridad y por último llegó a Huehuetenango en 1982, en medio de una guerra civil, en la que los escuadrones de muerte asolaban aldeas mayas y los soldados reclutaban a jóvenes por la fuerza.
El beato Miller conocía los riesgos. En la Navidad de 1981, en una carta a su familia, escribía: “El nivel de violencia personal está alcanzando proporciones monstruosas (asesinatos, torturas, raptos, amenazas, etc.) y la Iglesia Católica está siendo perseguida por su opción por los pobres”.
La carta continuaba: “Dios sabe por qué sigue llamándome en Guatemala, cuando algunos amigos y familiares me animan a salir por mi seguridad y comodidad… Pongo mi vida en su providencia; pongo mi esperanza en él”.
Poco tiempo después llegó la noticia de una amenaza: miembros de un escuadrón de muerte paramilitar estaban buscando al director asociado de la escuela. El beato Miller y sus colegas habían entrado en creciente conflicto con los soldados, ya que exigían la liberación de hombres indígenas que vivían en la “Casa Indígena” de los hermanos y que habían sido forzados a ingresar al servicio militar.
El 13 de febrero de 1982, mientras muchos de los jóvenes de Casa Indígena asistían a un picnic para el día de san Valentín, tres asaltantes le dispararon al beato Miller cuando se encontraba en una escalera arreglando el muro externo de la casa.
Los hermanos de LaSalle y la diócesis de Huehuetenango empezaron a solicitar la beatificación del beato Miller, junto con otros mártires católicos de la guerra civil de Guatemala de 1960 a 1996.
El hermano de LaSalle Benjamín Rivas, que ayudó a impulsar la causa de beatificación del beato James, dijo que la diócesis había esperado incluir las causas de cuatro catequistas indígenas asesinados en la guerra civil junto con el beato Miller, pero que muchos testigos tenían miedo de hablar.
“Esta beatificación (del beato Miller) sirve también para no olvidar la sangre de esas personas, de todos los que murieron”, en la guerra civil, dijo el hermano Rivas. “Sirve para reconocer la sangre inocente derramada en este tiempo de conflicto”.