Hace treinta años, cuando me convertí en párroco por primera vez, el Director de Educación Religiosa de mi parroquia preparó una obra navideña con los niños en kindergarten y el primer grado recreando la historia de Navidad. Le dio a una niña solo una línea para decir. Cuando María y José llamaron a la puerta de la posada, ella simplemente debía abrir la puerta y decir claramente: “No hay espacio en la posada”.
Llegó el momento de la obra en la noche, y los padres de familia y amigos se reunieron para entretenerse y llegó el momento de que la niña dijera su guión. Todavía puedo recordar cuán claramente sonó su voz cuando abrió la puerta y dijo: “¡Oh, creo que podemos hacer espacio para ustedes!” El público rompió en risas y aplausos. Sus padres pudieron haber estado un poco avergonzados, pero esa niña estableció el tono para la Navidad de 1988.
Si bien la recreación fue la escena navideña del Evangelio según San Lucas con su pesebre y posadero conocidos, ella bien podría haber sido una teóloga prometedora que abriera la versión teológica del relato del Evangelio según San Juan. El escritor del Evangelio resume la Encarnación anunciando que el Verbo se hizo carne e hizo Su morada entre nosotros. Me dicen que el griego original bien podría traducirse como “instaló su tienda entre nosotros”.
El contemplativo Thomas Merton escribió en un ensayo de 1966 sobre este tiempo sin espacio: “En este mundo, esta posada de comportamiento irracional, en la que no hay absolutamente ningún espacio para él, Cristo ha venido sin invitación”. En el mundo oscuro en el que todos son extraños y nadie es bienvenido, la luz brillante de Jesucristo entra sin invitación y cambia a un mundo sin espacio.
El día de Navidad anuncia que, en Cristo, todos pertenecen, y los extraños ya no existen. La estudiante de primer grado ya estaba influenciada por la gracia de Cristo cuando pudo cambiar el texto de la obra de no tener espacio a creo que podemos hacer espacio para ustedes.
De alguna manera, cada Navidad se trata de hacer espacio para el extraño. Recientemente hablé con una pareja angustiada que me contó cómo su hijo adolescente se había convertido, en sus palabras, en un extraño para ellos. Estaba abatido y distante de la familia. Esta pareja tenía grandes expectativas para su hijo desde el momento de su nacimiento hasta la escuela primaria. Lo confirmé no hace mucho tiempo. La pareja y yo estuvimos de acuerdo en que esta Navidad él es el extraño que necesita ser bienvenido, y con la gracia de Dios, necesitan encontrar espacio para él en su familia. A veces el extranjero ya está en medio de nosotros, y el poder de Cristo puede ayudarnos paciente y amorosamente a acompañarlo.
Hace unos años, una mujer me dijo que en Navidad quería reconciliarse con su hermana. No se habían hablado durante más de 30 años y, francamente, ella ni siquiera podía recordar lo que había llevado a su distanciamiento, pero sabía que se habían convertido en extrañas la una para la otra. Ella oró para que la gracia de Cristo pudiera romper la oscuridad, y ella pudiera dar el primer paso de reconciliación y amor filial renovado.
Hace veinticinco años, fui párroco de una parroquia que patrocinaba a dos familias de Bosnia. Recuerdo que alguien en Navidad me dijo que, al principio, no quería participar en la bienvenida a la familia debido a nociones preconcebidas, pero una vez que conoció a la familia y comenzó a ayudarlos, se hizo amigo de los “extraños de una tierra extranjera”. El papa Francisco ha hablado constante e insistentemente de que necesitamos encontrar formas saludables y creativas de hacer espacio y acompañar a los necesitados de otros países.
La Navidad se trata de Jesucristo, el no invitado que transforma nuestro distanciamiento en una comunidad en la que reina. La primera Navidad, los pastores y reyes magos se sintieron atraídos magnéticamente por el niño Jesús y, a medida que se acercaban a él, dejaron de ser extraños entre sí.
No será hasta que Cristo venga de nuevo en su gloria que la comunión perfecta será posible, pero incluso ahora, su gracia continúa viva en nosotros.
Durante esta Navidad de 2021, hagan una pausa para dar la bienvenida a Jesucristo en sus corazones. Él es el no invitado que entra y hace espacio para ustedes, y transformará sus corazones. Él les permitirá hacer espacio para el extraño en su entorno, ya sea que ese extraño sea un miembro de la familia o alguien de una tierra lejana.
Gracias a Dios por la pequeña niña que, impulsada por la gracia de Dios, se salió del guión para abandonar las palabras: “No hay espacio en la posada” y en su lugar anunció: “Entren. Les haré espacio”. Así como Jesús hace espacio para ustedes, que ustedes lo hagan para otra persona como Él lo hace. ¡Les deseo a todos ustedes una feliz y bendecida Navidad!