Arzobispo Joseph E. Kurtz
La semana pasada estuve en la Iglesia de San Louis Bertrand en donde hablé en una reunión de padres de familia quienes vinieron juntos para ayudarse mutuamente en el deber de la enseñanza en el hogar con sus hijos. Me pidieron hablar acerca del Año de la Fe, el cual comenzará en octubre.
Escogí relacionar el Año de la Fe al tema del domingo que acabamos de celebrar – Domingo de la Santísima Trinidad. Este domingo celebra el misterio de la naturaleza propia de Dios y el acto maravilloso de su plenitud.
Cada vez que hago la señal de la cruz, recuerdo el gran misterio de nuestra fe – Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el seminario me enseñaron que la naturaleza trinitaria (Dios uno y trino) de nuestro Dios es amor.
La teología católica tradicional emplea la expresión del latín ad intra (hacia dentro) para señalar la vida íntima de la Santísima Trinidad. La relación de una Persona hacia la Otra es amor puro. El movimiento ad extra (hacia el exterior) describe la misión de Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre envió a su Hijo y al Espíritu Santo a una misión más allá de la vida interior de la Trinidad en el mundo. Este es el gran amor de Dios que ha sido pleno.
La singular realidad del amor pleno de Dios es la historia de la salvación: la narración del amor de Dios y nuestra respuesta. La primera efusión de amor es lo que llamamos Creación, y el Libro de Génesis relata esta efusión de amor del Espíritu de Dios que trae consigo las maravillas de la creación. El universo entero es sostenido por el misterioso amor de Dios.
Una segunda efusión, la respuesta de Dios a nuestro estado pecaminoso, vino en la Persona del Hijo único de Dios, Jesucristo. La próxima semana celebraremos el obsequio de su amor sacrificial en el domingo de Corpus Christi – El Cuerpo de Cristo – a través de la Sagrada Eucaristía. Y hace dos semanas, celebramos Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia, fue la efusión del Espíritu Santo, prometido por Jesús mismo.
El Año de la Fe es acerca del desbordamiento del amor de Dios y de nuestra respuesta llena de gracia. Esta celebración no se manifestará así misma como un programa, sino como una invitación a acoger la naturaleza de Dios en nuestras vidas y en nuestra comunidad.
En el documento Porta Fidei, el papa Benedicto introduce el Año de la Fe a través de un simple pero enérgico versículo de Hechos de los Apóstoles 14:27, el cual habla de la puerta de la fe y de como San Pablo y San Barnabás estuvieron en “…asombro de cómo Dios había abierto las puertas de la fe a los gentiles”.
En Porta Fidei, nuestro Santo Padre nos guía hacia el mismo movimiento dual – ad intra y ad extra. Al movernos hacia adentro, nuestro llamado es a redescubrir la jornada de la fe. El papa Benedicto habla de esto como moviéndose fuera del desierto y entrando en amistad con el Hijo de Dios, la vida interior de Dios que mora en nosotros. Después, el Papa nos llama a más, declarando que “No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta”. (cf. Mt 5:13-16).El amor de Dios en nuestros corazones es pleno.
Nuestra fe católica siempre nos llama a esta gran sinergia de conversión interna y testimonio externo. Una no pasa mucho tiempo sin la otra. Verdadera conversión interior rebosa. No podemos ayudar sino decir a otros lo que hemos visto y escuchado. Sta. María Magdalena y aquellos que presenciaron la alegría de la tumba vacía después de la resurrección de Cristo se vieron obligados a compartir las buenas nuevas, y nosotros estamos en una noble tradición cuando compartimos nuestra fe.
Lo opuesto, sin embargo, es además verdadero. Una fe que no es alimentada desde adentro no mostrará los frutos del Espíritu Santo. Escuché esta necesidad recientemente descrita vívidamente por el obispo George Thomas de Helena cuando dijo que ya no hay más lugar para “católicos camuflados”. Si tenemos fe en nuestros corazones, se derramará en nuestras vidas diarias. Esto es lo que el Año de la Fe es.
Este no es el primer Año de la Fe. En 1967, después del término del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI anunció un Año de la Fe dedicado al martirio de San Pedro y San Pablo. Ya que se cree que sus muertes ocurrieron en el año 68 d.C., ese Año de la Fe conmemoró el décimo noveno centenario de su fallecimiento. Martirio proviene de la palabra griega que significa testigo. Así, el Año de la Fe celebró además el tema dual de renovación interior que da testimonio de fe.
Lo he escuchado de otra manera: siempre somos discípulos que seguimos y apóstoles que proclamamos. Nunca cesamos en ser ambos. Acabo de terminar una semana maravillosa con los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis en la asamblea anual, y pronto estaré con mis hermanos obispos en Atlanta. Estos tiempos juntos, como las reuniones parroquiales en donde Uds. quizás tomen parte están llenas de actividades y asuntos. El punto es que estas reuniones son acerca del amor pleno de Dios como a la vez nos tomemos tiempo de recibir este obsequio y fortalecer la presencia de Dios para que sea plena.