Esperanza en El Señor —Deseamos Ver a Jesus

ARZOBISPO JOSEPH E. KURTZ

De vez en cuando envío un pequeño folleto a nuestros sacerdotes como una manera modesta de acompañarlos en su formación continua. Envié uno a comienzos de la Cuaresma 2012 el cual era parte de la serie de pensamientos espirituales de la USCCB titulado El Rostro de Jesús.

Esta serie compila extractos breves de las pláticas y escritos de nuestro Santo Padre. En el centro mismo de las narraciones del Evangelio y abundante en encíclicas y escritos del papa Benedicto es la simple convicción de que para vivir nuestra fe debemos conocer a una persona … la Persona de Jesús. Debemos ver Su rostro.

De hecho los dos volúmenes de Jesús de Nazaret escritos por nuestro Santo Padre giran en torno a un encuentro con la Persona de Jesús. Esto es muy bien reflejado en mi cita favorita de su primera encíclica:” No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. (Deus Caritas Est n. 1)

Abra el Evangelio de San Juan en el capítulo 12 y encuéntrelo una vez más. Ahí encuentra uno de mis versículos favoritos del Nuevo Testamento – uno muy breve que hace eco a través del Evangelio de San Juan: Juan 12:21. Es fácil de recordar porque los números del versículo forman un palíndromo, que se lee igual hacia adelante que hacia atrás.

La escena involucra un pequeño grupo que se identifica así mismo como griego y que dice a Felipe: “Deseamos ver a Jesús”. Recuerdo un sermón del cardenal Dolan en donde describe este versículo grabado en el púlpito de una iglesia en St. Louis, recordando al predicador a quién debe predicar. Es interesante que el primer capítulo de este mismo Evangelio tiene a otro de los primeros apóstoles, esta vez a Andrés, preguntándole a Jesús dónde vive, solo para recibir aquella invitación: ven y verás. Ellos fueron a buscar el rostro de Jesús.

Este sábado ordenaré a tres diáconos en el Sacramento del Orden: Nick Brown quien está recibiendo formación en St. Meinard; Steve Henriksen en Sacred Heart en Milwaukee y Chris Lubecke en St. Mary’s en Baltimore. Tres hombres serán ordenados para el servicio a nuestro Señor Jesucristo.

Mi homilía se enfocará en las tres palabras griegas de liturgia, martyria y diakonia. Que significan culto, testimonio y servicio. Para estos hombres, el diaconado es un paso hacia la ordenación al sacerdocio durante este tiempo el próximo año. Sin embargo, también será un paso permanente porque una vez que un hombre es ordenado diácono, siempre será un diácono.

Estas tres palabras nos recuerdan que no estamos produciendo trabajadores sociales sino aquellos cuya misión es espiritual y que nunca se cansan de buscar el rostro de Jesús. Las tres palabras griegas necesitan moldear las vidas de nuestros nuevos diáconos y por ello las de nosotros.

Nuestro servicio comienza con culto: buscando el rostro de Jesús. Es desde este fundamento que la gracia de testimonio audaz – martyria – brota. Esto puede ser tan simple como hacer la señal de la cruz en público cuando rezamos antes de los alimentos en un restaurante o puede progresar hacia esfuerzos a proveer liderazgo de manera moral en política pública. Realmente afecta el llamado que los diáconos recibirán para predicar a Jesucristo y dar testimonio de Él. Por tanto el servicio fluye de este culto y es testimonio en un sentido que confirma la genuina calidad de ambos. Esta integridad es reflejada en las famosas palabras continuamente citadas de San Francisco de Asís, quien aconsejó a sus frailes cuando entraron en el mundo a servir: “Predica siempre y cuando sea necesario, utiliza palabras”.

Las palabras de la ordenación del diaconado que la mayoría recuerda valen la pena repetirse nuevamente. Cuando presento a los diáconos recién ordenados con el Libro de los Evangelios, exhortaré a cada uno con las palabras: “Recibe el Evangelio de Cristo, cuyo heraldo eres ahora. Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas”.

Tenía recuerdos de mi propia ordenación diaconal cuando a principios de este mes hospedé a diez de mis compañeros de ordenación de 1972. Qué alegría fue el recordar nuestros 40 años como sacerdotes y nuestros días en el seminario. Hay algo hermoso acerca de amistades de toda una vida y la Iglesia es acerca de relaciones que nos atan a Cristo y el uno al otro. Gracias por sus oraciones y mejores deseos al regocijarme en 40 años de sacerdocio. Que juntos continuemos buscando el rostro de Jesús.

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