
Las últimas semanas han sido bastante largas, calurosas y húmedas, haciendo que todo al aire libre se sienta casi abrumador. El calor y la humedad pueden agotarnos, obligándonos a menudo a buscar sombra o a prender el aire acondicionado para refrescarnos.
Julio y agosto suelen ser los meses más calurosos del verano. A veces, tenemos tormentas por la tarde, aunque en ocasiones pueden hacer que la sensación sea aún más húmeda al aumentar la humedad después de un breve enfriamiento.
La ciencia moderna explica que este calor máximo se produce porque la Tierra se inclina hacia el sol, lo que la hace más cálida. Hace mucho tiempo, la gente también sentía este intenso calor y se preocupaba de que pudiera causar enfermedades. Asociaban estos días calurosos con la aparición en esta época del año de la Estrella Sirius en el cielo nocturno, por lo que los llamaban “la canícula”.
Aunque entiendo la ciencia detrás de los días de la canícula del verano, creo que el calor se siente con más intensidad a principios y mediados de agosto porque suele ser más intenso. Además, coincide con la vuelta a la rutina (escuela, trabajo y otras actividades) a medida que el verano empieza a terminar.
Estos días ajetreados dejan menos tiempo para refrescarse y descansar del calor, por lo que su impacto se siente aún más. Con las responsabilidades familiares y las actividades extraescolares que nos mantienen fuera durante más horas, a menudo es imposible evitar el calor cuando hacemos mandados para el trabajo, la familia y la escuela.
Naturalmente, luchar contra el calor nos provoca sed. El calor intenso, la sequía y la sed física formaban parte de la vida de aquellos a quienes se celebra en las Sagradas Escrituras. El entorno donde se escribió gran parte de la Biblia también era seco, polvoriento y caluroso. Como es común en esos lugares, el agua escaseaba, el sol brillaba con fuerza y sentir sed era una realidad cotidiana.
De la Liturgia de la Palabra durante nuestras celebraciones eucarísticas, y quizás de sus propios momentos de silencio con las Escrituras, quizá sepan que el Libro de los Salmos es el libro más poético de la Biblia. En ocasiones, los salmistas recurrieron a sus propias experiencias en este clima para mostrar su estrecha relación con el Dios vivo.
La tierra donde se escribieron los salmos a menudo provocaba un intenso anhelo de agua. El Salmo 63 nos recuerda que nuestro anhelo por Dios debe ser igual de profundo. El salmista escribe: «¡Oh Dios, tú eres mi Dios a quien busco; mi alma te anhela; mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay agua!».
En nuestra búsqueda de propósito y significado, quizá intentemos satisfacer este anhelo con muchas cosas, pero solo el Dios vivo puede satisfacer verdaderamente nuestros deseos más profundos. Sin Él, nos sentimos tan secos como la tierra sin agua.
Cuando nos volvemos a Dios y cultivamos nuestra conexión espiritual con Él, encontramos renovación y alegría, haciendo eco de las palabras del salmista: «Tú eres mi ayuda, y a la sombra de tus alas canto de alegría. Mi alma se aferra a ti; tu diestra me sostiene».
Aferrémonos al Señor en todo lo que hacemos, confiando en que solo Él puede saciar la sed espiritual que reside en el corazón de nuestras vidas.
Al comenzar un nuevo año escolar, pidamos las bendiciones de Dios para todos los estudiantes, ya sea que estén en nuestras escuelas católicas, escuelas públicas o que reciban educación en casa. Oramos de corazón por su seguridad, salud y éxito académico. Recordemos también orar por los maestros, administradores y personal, pidiendo sabiduría y paciencia para apoyar a nuestros estudiantes con cariño.
En esta época del año, nuestras escuelas parroquiales de religión también comienzan de nuevo. Oramos igualmente por todos los alumnos de nuestras escuelas parroquiales de religión y por todos aquellos que colaboran en la formación de nuestros jóvenes.
Que este año esté lleno de crecimiento, aprendizaje y desarrollo espiritual para todos. ¡Les envío bendiciones y paz a todos!