Consuela a Mi Gente — Ven, Espíritu Santo

Archbishop Shelton J. Fabre

Cada año, el domingo de Pentecostés, celebramos la venida del Espíritu Santo a la vida de la Iglesia. Escuchamos en el evangelio de Pentecostés que el Espíritu se manifestó a los apóstoles en el aposento alto y los movió a predicar el Evangelio de Jesús a todos los rincones de la tierra. De todas las personas de la Trinidad, el Espíritu Santo puede parecer el más difícil de relacionar o entender para nosotros. Entender a Dios el Hijo es bastante fácil, Jesucristo fue un hombre que vivió y enseñó. Él concretamente existió, y podemos leer Sus palabras. Dios el Padre también habla en las Escrituras. La imagen de un padre es aquella que nos ayuda a relacionarnos con esa Persona de la Trinidad.

Pero Dios el Espíritu Santo, ¿cómo debo entender a esta tercera persona de la Trinidad? Cuando vemos imágenes de la Trinidad, la mayoría de las veces vemos a las Tres Personas representadas como un hombre mayor, un hombre más joven y una paloma. ¿Cómo se supone que debemos relacionarnos con una paloma? ¿Cómo nos relacionamos con el fuego o el viento u otras imágenes del Espíritu Santo? El Espíritu Santo puede parecer ambiguo, una fuerza sin nombre en lugar de una verdadera Persona con la que podemos relacionarnos. Entonces, ¿quién es el Espíritu Santo, y qué hace Él en nuestras vidas?

Los invito a imaginarse a sí mismos como uno de los apóstoles en el aposento alto en ese día de Pentecostés. Han pasado tres años de su vida viviendo con Jesús, a quien creen que es el Mesías enviado para salvar al mundo. Lo vieron morir y luego experimentaron Su resurrección. Él les ha dado Su mandato final de proclamar el Evangelio a todas las personas y bautizarlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Entonces Él asciende, y se ha ido. Él les ha dado una misión mundial y aparentemente se las ha dejado para manejarla. Los apóstoles eran hombres sin entrenamiento, con poca o ninguna formación teológica, sin infraestructura, sin dinero o recursos, sin plan, y sin experiencia o influencia, que vivían en una ciudad que era hostil a ellos. Su situación parece sombría, y tiene sentido por qué permanecieron juntos en un lugar después de que Jesús se fue. ¿Por dónde empezarían? Parece que se les había confiado una tarea imposible sin esperanzas.

Esa situación, donde parece que no hay camino a seguir, no hay posibilidad de éxito y aparentemente sin esperanza, es la situación que mejor nos revela la persona del Espíritu Santo. Por lo tanto, es apropiado que el Espíritu Santo se aparezca a los apóstoles en ese contexto. El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios dentro de nosotros, el amor de Dios que habita en nuestros corazones, el que nos ayuda a creer. El Espíritu Santo inspira creer, no sólo con palabras vacías, sino con una firme convicción de que Jesucristo es el Señor, el invencible, que trae la victoria incluso de la muerte.

El Espíritu Santo permitió a los apóstoles creer que contra viento y marea y en contra de todos los cálculos humanos, el mensaje de Jesucristo podría transformar el mundo, y que esta transformación es lo único que importa. Cuando salieron y proclamaron el Evangelio de Jesús, vieron el poder del Espíritu Santo manifestado. Cambiaron el curso de la historia humana por el Espíritu Santo obrando a través de ellos. Lo que llama la atención en la narración de los Hechos de los Apóstoles, es que los Apóstoles no hicieron nada notable o revolucionario. Proclamaron el Evangelio de que Jesús murió y resucitó de entre los muertos y ofrece nueva vida a cada persona. Ese mensaje, tan aparentemente simple en la superficie, demuestra ser transformador. Miles y miles se unen a la Iglesia debido a ese mensaje.

Lo que el Espíritu Santo hizo por los apóstoles y por aquellos que los escucharon, el Espíritu Santo también lo hace por nosotros. Es por el Espíritu Santo que sabemos que Jesús es Señor, como escribe san Pablo. Es por el Espíritu que sabemos que Dios es nuestro Padre y que Jesús murió por nosotros. Es a través del Espíritu Santo que experimentamos la naturaleza transformadora de esta realidad.

Sólo el Espíritu Santo puede hacer que esta realidad eche raíces en nuestros corazones y la viva de manera transformadora. Los momentos en que soy consciente de la presencia y el amor de Dios por mí, en particular, cuando creo más allá de cualquier duda que mi vida está segura en Sus manos, cuando confío en que Él estará conmigo a través de cada prueba, esto es lo que el Espíritu Santo hace por cada uno de nosotros.

¿Cómo recibieron los apóstoles esa gracia? Simplemente oraron juntos y participaron en acciones de fe arraigadas y guiadas por el Espíritu Santo. Eso es todo. Si pedimos, viene el Espíritu Santo. Si abrimos nuestros corazones en respuesta a la llamada del Espíritu, Él entra. Si estoy abierto a ello, si estoy mirando, conoceré la presencia del Espíritu Santo dentro de mí y veré al Espíritu obrando en todo lo que hago con fe. Dios no deja ningún espacio vacío que le ofrezcamos.

Hoy, y todos los días, simplemente pídanle al Espíritu Santo que esté presente en la fe, guiándoles, fortaleciéndoles, consolándoles. A medida que perseveren en eso, mientras lo elijan diariamente, observen lo que sucede. Experimentarán Pentecostés, el derramamiento del Espíritu Santo, todos los días de su vida.

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