Consuela a Mi Gente — Construyendo una comunidad querida

Archbishop Shelton J. Fabre

Una de las cosas que el mes de enero nos llama nuevamente a recordar es la vida y el trabajo del Dr. Martin Luther King, Jr., y sus esfuerzos para trabajar contra el racismo y buscar la sanación y la reconciliación entre personas de diferentes razas. En este sentido, nosotros, como miembros de la Iglesia, apoyamos la enseñanza fundamental de nuestra Iglesia que hace el llamado al respeto por la vida humana de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios.

“Abramos Nuestros Corazones: El Incesante Llamado al Amor, Carta Pastoral contra el Racismo”, publicada en 2018 por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, afirma: “ Los actos racistas … Revelan que no se reconoce la dignidad humana de las personas ofendidas, que no se les reconoce como el prójimo al que Cristo nos llama a amar … Cada acto racista — cada comentario, cada broma, cada mirada despectiva como reacción al color de la piel, el grupo étnico o el lugar de origen—supone no reconocer a la otra persona como hermano o hermana, creada a imagen de Dios. Es por esta razón que “Abramos Nuestros Corazones” afirma, además: “La injusticia y el daño que causa el racismo son un ataque contra la vida humana … Como obispos, declaramos inequívocamente que el racismo es un problema de vida”. Así como Dr. King, nosotros, como personas de fe, como seguidores bautizados de Jesucristo, nos esforzamos por erradicar el racismo respetando la vida humana de cada persona.

Al luchar contra el racismo, reconocemos el papel que debe desempeñar el derecho civil en la superación del racismo. Fue la legislación de los Derechos Civiles promulgada en la década de 1960 la que nos permitió hacer el progreso que hemos logrado hasta este punto en la lucha contra el racismo, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer.

Sin embargo, a medida que trabajamos para continuar promulgando legislación civil que aborde el racismo, como personas de fe debemos entender que la nuestra es una tarea más profunda. El racismo no es sólo una lucha en el derecho civil, sino que también es quizás aún más trágicamente un desafío espiritual y moral. “Abramos Nuestros Corazones” dice: “El racismo no tiene lugar en el corazón cristiano …” y “El racismo es un problema moral que requiere un remedio moral — una transformación del corazón humano — que nos impulse a actuar … Lo que se necesita, y lo que estamos pidiendo, es una conversión genuina del corazón, una conversión que obligue al cambio y la reforma de nuestras instituciones y de la sociedad”.

En su publicación de 1988, “La Iglesia y el Racismo”, el Pontificio Consejo Justicia y Paz destacó el papel que desempeña esta conversión del corazón en la superación completa del racismo cuando declaró: “A fin de rechazar … y extirpar de nuestras sociedades las conductas racistas, cualesquiera fuesen, y las mentalidades que a ellas conducen, es necesario poseer profundas convicciones acerca de la dignidad de toda persona y de la unidad de la familia humana. La moral brota de estas convicciones. Las leyes pueden contribuir a la salvaguardia de las aplicaciones esenciales de la moral. Pero no bastan para cambiar el corazón del hombre”. (No. 16)

Si bien los gobiernos deben crear leyes que respeten los derechos civiles de las personas independientemente de su raza, el aspecto de la lucha contra el racismo que solo las personas de fe pueden lograr es la conversión de los corazones humanos. Esta tarea de conversión de los corazones humanos es la conversión al respeto de toda vida humana y de la dignidad humana común de cada persona, hecha a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, como personas de fe, como hermanos y hermanas bautizados de Jesucristo, trabajamos para abordar el racismo y erradicarlo, no solo en el nivel crítico de la política pública y el derecho civil, sino aún más importante, en el nivel del corazón humano porque reconocemos que una conversión del corazón es necesaria para superar completamente el racismo.

El reverendo Dr. Martin Luther King Jr. reconoció de manera similar esta necesidad de convertir los corazones porque, si bien sabía que los derechos civiles eran importantes, su verdadero objetivo era lo que él llamaba “la comunidad amada”, una comunidad que hace lo correcto no solo por las leyes civiles, sino aún más fundamentalmente porque es lo correcto. De manera similar, “Abramos Nuestros Corazones” reconoce que el fin del racismo vendrá cuando convirtamos los corazones, y “… el fin del racismo significará que nuestra comunidad dará frutos más allá simplemente del trato justo a todos”. Al convertir los corazones, podemos convertirnos cada vez más en la comunidad amada que Jesucristo nos llama a ser.

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