Por Joe Ruff / The Catholic Spirit, OSV News
MINNEAPOLIS (OSV News) — En un frio día de invierno, la congregación se reunió alrededor del arzobispo Bernard A. Hebda de St. Paul y Minneapolis y los obispos auxiliares Kevin T. Kenney y Michael Izen, frente a las puertas principales de la Iglesia Católica de la Anunciación en Minneapolis. Allí, el 6 de diciembre, se dio inicio al rito de reparación mediante el cual se restauró la santidad del templo para el culto.
La Misa especial se celebró más de tres meses después de un tiroteo ocurrido el 27 de agosto durante una Misa escolar, en el que murieron dos estudiantes — Fletcher Merkel, de 8 años, y Harper Moyski, de 10 años — y resultaron heridos 18 estudiantes y tres adultos. El presunto tirador murió en el lugar por una herida de bala autoinfligida, según informó la policía.
“Mis hermanos y hermanas, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos proclama que el mal y la muerte no tienen la última palabra; Dios sí la tiene”, rezó el arzobispo a las afueras de la iglesia, en medio de un frío extremo.
“Un prefacio pascual de la plegaria eucarística proclama: ‘Muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró nuestra vida’”, continuó el arzobispo. “Como afirmó nuestro patrono arquidiocesano San Pablo: ‘¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?’”
“Nuestra Madre Bendita vivió esta fe y colaboró con el plan de Dios para su vida, a pesar de las dificultades que ello implicaba. Hoy profesamos que nuestras almas, unidas a la suya, proclamaran la grandeza del Señor en esta iglesia, dedicada en su honor, y ahora restaurada para la gloria de Dios”.
Acompañados por el canto de la Letanía de los Santos, los monaguillos entraron en la iglesia portando incienso, la cruz y cirios, seguidos por los obispos, revestidos de morado, diáconos y sacerdotes de la arquidiócesis con vestiduras blancas, otros ministros litúrgicos y toda la asamblea.
La parroquia solicitó que los medios de comunicación no ingresaran a la Misa. Los materiales litúrgicos preparados para la celebración indicaban que parte de la letanía incluiría oraciones propias del rito de reparación, entre ellas peticiones en la oración de los fieles para pedir “sanación para los heridos”, “sanación y consuelo para quienes sufren el daño causado a sus hijos” y “la restauración de la santidad de esta iglesia, dedicada a tu gloria y a la Anunciación de la Santísima Virgen María”.
Dentro del templo, el altar se encontraba completamente sin cirios, mantel, flores u otros signos de celebración, tal como lo establecen los materiales litúrgicos. El arzobispo Hebda, junto con el obispo Kenney y el obispo Izen se dirigieron a sus respectivos lugares.
Un diácono preparó dos recipientes con agua y la asamblea se unió al arzobispo en oración mientras él bendecía el agua “que será rociada sobre nosotros como memorial de nuestro bautismo; agua que fue usada cuando este espacio sagrado fue consagrado por primera vez y que ahora empleamos en reparación por los males que aquí ocurrieron”.
Escoltados por dos diáconos, el arzobispo Hebda y el padre Dennis Zehren, párroco de la Anunciación, rociaron el altar y el presbiterio, las paredes y la asamblea con el agua bendita.
Las lecturas del primer sábado de Adviento incluyeron versículos de Isaías que proclaman: “Pueblo de Sión que habitas en Jerusalén, ya no llorarás; Él se apiadará de ti al oír tu clamor; apenas te oiga, te responderá”.
El Evangelio de Mateo relató a Jesús visitando pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando “el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia”.
Después de las lecturas y la homilía del arzobispo Hebda, el altar fue preparado para la celebración de la Eucaristía, y la Misa continuó.
En notas preparadas para su homilía, el arzobispo comenzó recordando que “un día ventoso en marzo de 1963, cuando la Iglesia universal estaba inmersa en la renovación del Concilio Vaticano II, este templo fue formalmente dedicado por el arzobispo (Leo) Binz”.
Añadió que la parroquia ya existía hacía más de 40 años, y que el edificio estaba en uso desde algunos meses antes.
“Como parte de ese ritual, el arzobispo Binz habría ungido el altar y las paredes de la iglesia con el santo crisma”, continuó, “el mismo crisma con el que un niño es hecho hijo de Dios en el bautismo, el mismo crisma que se usa en la confirmación para sellarnos con los dones del Espíritu Santo, el mismo crisma con el que se ungen las manos de un sacerdote, el mismo que se derrama sobre la cabeza de un obispo el día de su ordenación.
“La unción con el santo crisma es signo de haber sido apartado para Dios, de ser reclamado por Dios”, escribió el arzobispo. “Si hubiera alguna duda en el caso de la Iglesia de la Anunciación, bastaría con mirar la inscripción en su fachada: ‘Esta es la casa de Dios y la puerta del cielo’”.
Las lecturas en una Misa de dedicación no se enfocan en el edificio, enfatizó el arzobispo. “Sino en el pueblo que conforma la comunidad que allí adorará, las piedras vivas que, alimentadas por la Eucaristía y fortalecidas por los demás sacramentos, son llamadas a salir de la iglesia, del espacio sagrado, y renovar el mundo”.
Aun así, el edificio es importante en parte como “un reconocimiento arquitectónico de la verdad de que todos hemos sido creados para alabar a Dios”.
“Sin embargo, sabemos muy bien lo que ocurrió aquí la mañana del 27 de agosto. Este refugio seguro, este lugar de amparo, este anticipo del orden del Reino celestial fue perturbado por un caos que nadie podría haber imaginado”, escribió el arzobispo. “Y es por ese caos que nos hemos reunido hoy para este acto de penitencia y reparación”.
“Esta comunidad nunca olvidará lo que sucedió ese día y siempre recordará con gran amor a Harper y Fletcher, cuyas hermosas e inspiradoras vidas fueron truncadas mientras ellos y sus compañeros se reunían para la Eucaristía”, añadió.
El arzobispo expresó su gratitud al padre Zehren y a Matt DeBoer, director de la Escuela Católica de la Anunciación, y a los niños y feligreses, por recordarles a todos que el 27 de agosto no fue el final de la historia.
“Nunca había visto una manifestación tan grande de amor y apoyo mutuo como la que he presenciado aquí estos últimos tres meses”, escribió. “El dolor, comprensiblemente, permanece, pero hay aquí una resiliencia centrada en Cristo que es notable — y alabado sea Dios — ha sido contagiosa”.
“Hoy nos reunimos penitencialmente para este rito de reparación con la esperanza de restaurar el orden que Cristo desea para su Iglesia, su familia. No podemos revertir la trágica pérdida de Fletcher y Harper, pero sí podemos comunicar al mundo que reconocemos que el poder de Dios supera con creces cualquier mal; que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”, escribió.
“No podemos permitir que Satanás prevalezca y, por la gracia de Dios, reclamamos hoy este espacio para Cristo y su Iglesia”.
La luz que ilumina y recuerda la presencia de Cristo en el sagrario y en la comunidad debe compartirse con otros, agregó el arzobispo.
Adviento es un tiempo oportuno para el rito de reparación, pues la Iglesia se prepara para la Navidad y la realidad de que Jesús vino al mundo, tomó nuestra débil carne humana para estar con el dolor y el sufrimiento, para acompañar a los Moyski, a los Merkel y a todos los afectados por la tragedia del 27 de agosto, escribió el arzobispo.
“Gracias por acompañarme esta mañana”, añadió, “por unirse en oración para pedir la bendición de Dios sobre este espacio y esta comunidad. Que este sea un auténtico momento de renovación para nuestra Iglesia, aquí en la Anunciación y en toda nuestra arquidiócesis. Alabado sea Jesucristo, ahora y por siempre”.
