
Por Cindy Wooden, Catholic News Service
CIUDAD DEL VATICANO — Al son de la promesa de Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida; todo el que crea en mí, aunque muera, vivirá”, los restos mortales del Papa Francisco fueron trasladados a la basílica de San Pedro por 14 portadores del féretro.
Miles de personas que habían peregrinado a primera hora de la mañana del 23 de abril a la plaza de San Pedro para presenciar el traslado y rezar por el difunto Papa; estallaron en aplausos cuando su cuerpo, en un ataúd abierto, llegó a la plaza y de nuevo cuando alcanzó la cima de la escalinata de la basílica.
La basílica estaba abierta para las visitas de los fieles hasta la medianoche del 23, de 7 a.m. a la medianoche el 24 de abril, y de 7 a.m. a 7 p.m. el 25 de abril. El rito del cierre del féretro está previsto al terminar el día 25 de abril. El funeral del Papa está programado para el 26 de abril en la Plaza de San Pedro, seguido por el entierro en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
El cardenal estadounidense Kevin J. Farrell, como camarlengo de la Santa Iglesia Romana, dirigió el servicio de oración que acompañó el traslado del cuerpo desde la capilla de la Domus Sanctae Marthae, donde el Papa había vivido y donde falleció el 21 de abril a la edad de 88 años.
Más de 80 cardenales se unieron a la procesión delante del cardenal Farrell, que llevaba una capa roja y dorada, e inmediatamente precedieron a las personas que cargaban el féretro sobre sus hombros, flanqueados por miembros de la Guardia Suiza Pontificia.
Directamente detrás del féretro estaban los hombres más cercanos al Papa en sus últimos días: su enfermero, Massimiliano Strappetti; sus dos ayudantes de cámara; y sus secretarios personales.
Detrás venían tres religiosas y una laica, nombradas por el Papa para ocupar altos cargos en la Curia Romana: La franciscana de la Eucaristía Raffaella Petrini, presidenta de la oficina que gobierna el Estado de la Ciudad del Vaticano; la salesiana Alessandra Smerilli, secretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; la misionera de Xavière Nathalie Becquart, subsecretaria del Sínodo de los Obispos; y Emilce Cuda, secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina.
El campanero de la basílica dio el toque de difuntos al comenzar la procesión.
Al canto de los Salmos, comenzando por “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Salmo 23), la procesión con el féretro entró en la plaza de San Pedro en medio del público y luego subió por la rampa central — por donde el Papa Francisco solía pasar en el papamóvil — y entró en la iglesia.
Dentro de la basílica, el coro y la asamblea entonaron las Letanías de los Santos y luego el “Subvenite Sancti Dei”, que comienza con la petición: “Santos de Dios, acudid en su ayuda. Apresuraos a salir a su encuentro, ángeles del Señor. Recibid su alma y presentadla a Dios Altísimo”.
El cuerpo del Papa Francisco, en un ataúd de madera forrado de zinc y cubierto de tela roja, fue colocado ante el altar mayor en una plataforma baja cortada en ángulo para que las personas que acudían a presentar sus respetos pudieran ver su rostro.
El cardenal Farrell bendijo el cuerpo del Papa con agua bendita e incienso y dirigió a los reunidos en el rezo del Padre Nuestro.
Tras quitarse sus zucchettos rojos, los cardenales se inclinaron ante el féretro, se persignaron y abandonaron la basílica. Les siguieron los obispos, tanto los que trabajan en el Vaticano como los que dirigen diócesis, y después cientos de sacerdotes y religiosos y altos empleados laicos del Vaticano.
Mary Frances Brennan, profesora del Kennedy Catholic High School de Seattle, estaba en primera fila en la plaza de San Pedro.
Dijo que se había enterado de la muerte del Papa pocas horas antes de la salida de su vuelo a Roma.
“Fue devastador”, dijo. “Teníamos muchas ganas de ver al Papa”.
“Es mi Papa”, dijo. “Le quiero y quiero honrarle”.
Además, dijo Brennan, “ahora toda la gente en casa tiene un contacto aquí y pueden ver esto a través de mis ojos”.
Haciendo cola más tarde para entrar en la basílica, Adjani Tovar, de Ciudad de México, dijo a Catholic News Service que el Papa Francisco “como jesuita, un verdadero jesuita, naturalmente tenía una conexión más cercana con la gente, especialmente con los jóvenes”.
“Abordó temas que habían estado fuera de los límites de la Iglesia católica durante mucho tiempo, y va a ser recordado como un punto de inflexión por toda la apertura que mostró a las diferentes comunidades, por su enfoque en la inclusión, sus relaciones con los jefes de Estado y sus constantes llamados a la paz”, dijo Tovar.