Por Rhina Guidos
WASHINGTON — Desde un altar colocado en una plataforma justo sobre las aguas del Rio Bravo, el cual divide EE. UU. y México, el obispo Mark J. Seitz de El Paso, Texas, celebró una misa el 5 de noviembre para recordar a los migrantes que murieron, llevados por la corriente, tratando de cruzar el rio o a lo largo de la frontera en 2022.
En particular, recordó a una niña de 5 años llamada Margareth Sofía, quien murió unos días antes en el rio.
“Ella venía de un pueblo pobre del sureste de Guatemala”, dijo el obispo en su homilía, recordando las noticias de su muerte. “La niña de 5 años soñaba con trabajar algún día en Kansas, donde tenía parientes. Quería ganar suficiente dinero, junto con su madre, para ayudar a su hermano discapacitado de 9 años”.
Tratando de alcanzar ese sueño, comenzó a cruzar el río, guiada por la mano de su madre el 24 de agosto. En cuestión de momentos, la corriente se la llevó.
Autoridades recuperaron su pequeño cuerpo del río.
“Normalmente el Río Grande/Río Bravo, no tiene suficiente agua para ser una amenaza para nadie”, dijo el obispo. “Pero recuerdas las fuertes tormentas que tuvimos a fines de agosto”.
Los medios locales en español en El Paso informaron que Margareth Sofia fue la cuarta menor de edad en morir en el río en un lapso de 24 horas a fines de agosto en el paso popular para los que cruzan la frontera.
La misa del fin de semana, solo unos días después del Día de los Muertos, marcó la 25ª vez que las ciudades fronterizas de El Paso, Las Cruces, Nuevo México y Ciudad Juárez, México, se han reunido para orar por los que han muerto tratando de llegar a los Estados Unidos.
Hasta la fecha, este año, dijo Monseñor Seitz, las autoridades fronterizas han informado de 853 muertes de migrantes solo en el lado fronterizo de los Estados Unidos. Es un número que no incluye a los que han muerto en el Tapón del Darién, una espesa jungla que conecta América del Sur y Central por donde viajan muchos migrantes tratando de evitar a las autoridades.
Las estadísticas tampoco muestran quiénes han muerto a manos del crimen organizado en México y Centroamérica, dijo.
“Hoy, al reunirnos, somos conscientes de que hay muchos que no han llegado sanos y salvos a este destino terrenal temporal”, dijo Monseñor Seitz. “Es posible que sus historias nunca se cuenten hasta que los encontremos en el reino de Dios… Cada una de estas muertes marca a un ser querido perdido, pero nunca olvidado, un dolor que nunca terminará, una historia que merece ser contada”.
Monseñor Seitz, quien se convertirá en el presidente del comité de migración de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos a mediados de noviembre, se unió a los obispos José Guadalupe Torres Campos de Ciudad Juárez, México y Peter Baldacchino de Las Cruces. Concelebraron la Misa.
La misa fronteriza intenta llevarse a cabo físicamente en los EE. UU. y México. A veces se ha instalado un altar con la mitad en un país y la mitad en el otro, conectando a través del muro fronterizo, con sacerdotes que a veces ofreciendo Comunión a través de las pequeñas aperturas en el muro a los feligreses en el otro lado.
“Una frontera es una creación humana pero… hay una autoridad superior que también nos llama hermanos y hermanas, hijos de Dios”, dijo Monseñor Seitz a la televisión local de ABC KVIA-TV en una entrevista el 5 de noviembre. “Sí, necesitamos fronteras, pero aún más importante es que recordemos que somos de la misma familia humana, que nos tratemos de esa manera”.
Además de recordar a los que han muerto, le dijo Monseñor Seitz a la estación de noticias, los reunidos también rezan para que “nosotros, como naciones, podamos llegar a un proceso justo y ordenado mediante el cual las personas que necesitan cruzar puedan cruzar y (pedir) asilo” y los que necesitan trabajar “pueden venir a trabajar y así evitar tanto el dolor que se produce cuando la gente huye de sus casas”.
El obispo ha criticado el Título 42 de la Ley de Seguridad de la Salud Pública, que mantiene a los solicitantes de asilo fuera de la frontera, citando preocupaciones de salud debido a la pandemia de coronavirus.
Recientemente, visitó a un grupo de venezolanos en el lado mexicano de la frontera a quienes se les había negado la entrada debido a la regla de salud y ahora viven en campamentos cerca del Río Grande.
“Nos preguntamos qué se puede hacer para poner fin a tanta tragedia, tanta pérdida, tanto dolor”, dijo en su homilía. “Creo que la respuesta está, en cierto sentido, justo delante de nuestras narices”.
Las zonas fronterizas son un lugar de encuentro entre dos grandes naciones, grandes comunidades de ambos lados, dijo.
“A pesar de todo lo que ha buscado dividirnos, seguimos siendo una comunidad binacional interconectada, dinámica y orgullosa”, dijo, según el texto de su homilía. “No somos un lugar de confrontación, sino un lugar de encuentro. ¡Nos pertenecemos el uno al otro! Nuestras economías dependen una de otra. Somos personas de fe, trabajamos, estudiamos, vivimos como familias con miembros en ambos lados de la frontera”.
Continúo compartiendo todo lo que las comunidades tienen en común.
“Somos gente de fe, trabajamos, estudiamos, vivimos como familias con miembros de ambos lados de la frontera”, dijo.
Dijo que deseaba que algunos pudieran ver a las personas que acuden en masa a la frontera de los EE. UU., no como enemigos potenciales, sino como “hermanos y hermanas que no han conocido”.
“Si pudiéramos recibir a las personas que necesitan cruzar en nuestros puertos de entrada de manera ordenada y permitir que las personas que solo necesitan encontrar seguridad y las que necesitan trabajar tengan la oportunidad de hacerlo, entonces podríamos concentrarnos en detener a esos pocos a los que no se les debería permitir cruzar”, dijo. “Ha habido mucho sufrimiento aquí en este lugar, pero este es también un lugar de gran esperanza”.
Terminó haciendo referencia a la primera lectura del Libro de las Lamentaciones (3:22-24):
“Los favores del Señor no se agotan, sus misericordias no se gastan…Es bueno esperar [y trabajar]…por la ayuda salvadora del Señor”, dijo.