Los católicos deben construir una Iglesia más humilde, buscando juntos la verdad, dice el Papa

Por Carol Glatz, Catholic News Service

CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — La regla suprema en la Iglesia Católica es el amor, que impulsa a todos los fieles a servir, no a juzgar, excluir o dominar a los demás, dijo el Papa León XIV.

“Nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir; nadie debe imponer las propias ideas, todos deben escucharse recíprocamente; sin excluir a nadie, todos estamos llamados a participar”, afirmó en su homilía durante una Misa celebrada en la basílica de San Pedro el 26 de octubre.

“Ninguno posee la verdad toda entera, todos la debemos buscar con humildad, y juntos”, añadió.

La Misa marcó la clausura del Jubileo de los Equipos Sinodales y Organismos Participativos, celebrado del 24 al 26 de octubre. Alrededor de 2.000 miembros de equipos sinodales y organismos como consejos presbiterales, consejos pastorales y consejos financieros a nivel diocesano, eparquial, nacional y regional se inscribieron en los actos del Jubileo.

El Jubileo incluyó talleres y otras reuniones para reforzar aún más la fase de implementación del documento final del Sínodo de los Obispos 2021-2024 sobre la sinodalidad.

“Debemos soñar y construir una Iglesia más humilde”, dijo el Papa León en su homilía.

Debe ser una Iglesia que no se mantenga “triunfante y llena de sí misma, sino que se abaja para lavar los pies de la humanidad”, afirmó.

Debe ser una Iglesia que no juzga “como hace el fariseo con el publicano”, dijo, “sino que se convierte en un lugar acogedor para todos y para cada uno; una Iglesia que no se cierra en sí misma, sino que permanece a la escucha de Dios para poder, al mismo tiempo, escuchar a todos”.

“Para revestirnos de los sentimientos de Cristo; ayúdennos a ensanchar el espacio eclesial para que este sea colegial y acogedor”, dijo. Esto “nos ayudará a afrontar con confianza y con espíritu renovado las tensiones que atraviesan la vida de la Iglesia”.
“Dejando que el Espíritu las transforme” las tensiones actuales en la Iglesia “entre unidad y diversidad, tradición y novedad, autoridad y participación”, dijo.

“No se trata de resolverlas reduciendo unas a otras, sino dejar que sean fecundadas por el Espíritu, para que se armonicen y orienten hacia un discernimiento común”, dijo.

“Ser Iglesia sinodal significa reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto y enamorado del Amor”, dijo.

Los equipos sinodales y los órganos participativos, dijo, deben “expresan lo que ocurre en la Iglesia, donde las relaciones no responden a las lógicas del poder sino a las del amor”.

En lugar de seguir lógicas “mundanas”, la comunidad cristiana se centra en “la vida espiritual, que nos hace descubrir que todos somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros, llamados a servirnos los unos a los otros”, afirmó.

“La regla suprema en la Iglesia es el amor. Nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir”, afirmó.

Dijo que Jesús nos mostró cómo pertenece “a los humildes” y condena a los santurrones en la parábola del fariseo y el publicano, que fue la lectura del Evangelio del día (Lc 18, 9-14).

Tanto el fariseo como el publicano entran en el templo para rezar, dijo el Papa, pero están divididos principalmente por la actitud del fariseo, que está “Está obsesionado con su ego y, de ese modo, termina por girar en torno a sí mismo sin tener una relación ni con Dios ni con los demás”.

“Esto puede suceder también en la comunidad cristiana”, dijo. “Sucede cuando el yo prevalece sobre el nosotros, generando personalismos que impiden relaciones auténticas y fraternas”.

“Cuando la pretensión de ser mejor que los demás, como hace el fariseo con el publicano, crea división y transforma la comunidad en un lugar crítico y excluyente; cuando se aprovecha del propio cargo para ejercitar el poder y ocupar espacios”, dijo el Papa.

El recaudador de impuestos, por su parte, reconoció su pecado, rezó por la misericordia de Dios y se fue a casa justificado, es decir, perdonado y renovado por su encuentro con Dios, según la lectura.

Todos en la Iglesia deben mostrar la misma humildad, dijo, reconociendo que todos necesitamos a Dios y a los demás, “ejercitándonos en el amor mutuo, en la escucha recíproca, en la alegría de caminar juntos”.

Esta es la naturaleza y la praxis de los equipos sinodales y los órganos participativos, dijo, calificándolos de “imagen de esta Iglesia que vive en la comunión”.

“Comprometámonos a construir una Iglesia totalmente sinodal, totalmente ministerial, totalmente atraída por Cristo y, por lo tanto, comprometida con el servicio al mundo”, afirmó.

El Papa León citó las palabras del difunto obispo italiano Antonio Bello, quien rezó por la intercesión de María para ayudar a la Iglesia a “superar las divisiones internas.

Interviene cuando el demonio de la discordia serpentea en su seno. Apaga los focos de las facciones. Reconcilia las disputas mutuas. Atenúa sus rivalidades. Detenlas cuando decidan actuar por su cuenta, descuidando la convergencia en proyectos comunes”.

La Iglesia Católica, dijo, “es el signo visible de la unión entre Dios y los hombres, de su proyecto de reunirnos a todos en una única familia de hermanos y hermanas y de hacer de nosotros su pueblo, un pueblo de hijos amados, todos unidos en el único abrazo de su amor”.

Más tarde, antes de rezar el Ángelus al mediodía con los reunidos en la plaza de San Pedro, el Papa León continuó su reflexión sobre la lectura del Evangelio del día, diciendo: “No es ostentando nuestros méritos como nos salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos honestamente, tal como somos, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y confiando en la gracia del Señor”.

Así como una persona enferma no intenta ocultar sus heridas al médico por vergüenza u orgullo, tampoco el cristiano debe intentar ocultar su dolor si quiere ser sanado, afirmó.

“No tengamos miedo de reconocer nuestros errores, de ponerlos al descubierto asumiendo nuestra responsabilidad y confiándolos a la misericordia de Dios”, dijo. “Así podrá crecer, en nosotros y a nuestro alrededor, su Reino, que no pertenece a los soberbios, sino a los humildes, y que se cultiva, en la oración y en la vida, a través de la honestidad, el perdón y la gratitud”.

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