Esperanza en El Señor — La cruz de la Sra. Doyle

Archbishop Joseph E. Kurtz
Archbishop Joseph E. Kurtz

Encontré la cruz de la Sra. Doyle esta mañana. Estaba tratando de hacer lugar en mi gabinete para las notas de las homilías que he estado guardando por 45 años. Y allí estaba.

La familia Doyle vivía a 3 puertas de con nosotros cuando estaba creciendo. Todos vivíamos en casas en hileras, aproximadamente 11.5 pies de ancho, compartiendo una pared con nuestros vecinos, y la pared de la familia Doyle estaba a 23 pies de retirado. Como vecinos todos teníamos una relación cercana.
Todavía tengo en mi cuarto una foto de mi hermano George abrazando a uno de los niños de la familia Doyle, Jackie. George nació con síndrome de Down, le gustaba abrazar mucho. Parece que tenía como 6 años así que imagino que yo tendría como 12 meses, gateando por algún lugar fuera del alcance del fotógrafo.

Recuerdo que la Sra. Doyle era una persona muy religiosa. La recuerdo caminando a Misa o de regreso. Un día después de haber entrado al seminario, ella me dio una cruz, de hecho un crucifijo con el cuerpo de Cristo colgado en la cruz por amor hacia todos nosotros. Me dijo que quería que yo tuviera ese crucifijo. Había pertenecido a su tía quien fue una religiosa y cuando su tía falleció, a la Sra. Doyle le dieron el crucifijo que su tía uso por décadas en un cordón alrededor de su cuello y visiblemente en frente de su hábito. Desde que estaba estudiando para ser un sacerdote, la Sra. Doyle pensó que yo sería un buen guardián de este tesoro.
Estoy muy feliz de que lo encontré esta mañana. Le di brillo y quité gran parte de la pátina y la suciedad. Está en un pequeño maletín con un cierre, así que se ha conservado con el paso del tiempo bien.

No solamente es sentimental para mí el ser el guardián de este crucifijo, recordándome de mi barrio y la fe que parecía impregnar todos los rincones de nuestra cuadra, pero también me ha ayudado a entrar en una vida de una persona que nunca conocí.

Siempre me gustó la dedicación de las mujeres religiosas. Ellas me enseñaron y me dieron buenos ejemplos desde mi niñez. Creo que siempre vi y admiré a aquellas en mi vida como verdaderas servidoras de Jesús… siempre pensando en los demás. Pero reflexionando en este crucifijo colgando del cuello de una persona real me hizo pensar en la vida de la tía de la Sra. Doyle.

Me imagino cómo habría sido una vida de dedicación en aquellos días. Ella debió haber fallecido antes de 1965, y me imagino que ella uso muchos crucifijos, poniéndoselos alrededor del cuello cada mañana, por al menos cuatro o cinco décadas. Trato de imaginar sus alegrías y miedos, sus altibajos, su confianza en Jesús todo el tiempo.

Dios da vocaciones a cada uno de nosotros. Nos beneficia examinar una de cercas y hasta imaginar lo que habría sido servir cada día. Cada mañana las hermanas y los sacerdotes, papás y mamás, maestros y enfermeras se levantan y se ponen su distintivo de servicio, en su mayoría pasa desapercibido.

Abril es el mes en donde el Domingo del Buen Pastor nos recuerda que Jesús, el Buen Pastor, no solamente camina con nosotros y nos cuida, sino que además nos llama. Así como el llamó a la tía de la Sra. Doyle, el eco de Su voz continúa por los siglos hasta que Él venga de nuevo. Es bueno reconocer las vocaciones en la Iglesia. Creo que conservaré la cruz de la Sra. Doyle en la mesa de la capilla donde rezo. Puede que sea una santa en el cielo, intercediendo por mi y por todos aquellos que tomamos nuestra vocación de seguir a Jesús seriamente.

Arzobispo Joseph E. Kurtz

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