Esperanza en El Señor — Familias y personas con discapacidad

Archbishop Joseph E. Kurtz
Archbishop Joseph E. Kurtz

Mi buen amigo durante mi crecimiento, Ed Leahy, me pidió dar un discurso en la 13va. Conferencia sobre Discapacidad en University of Scranton. Él y yo hemos sido amigos desde la primaria y nos hemos mantenido en contacto durante todos estos años. No podía decir que no. El discurso es mas tarde el día de hoy.

Ed y su esposa, Pat, tuvieron un hijo que nació con una discapacidad. Murió hace 20 años, pero su presencia en sus vidas y su amor por él no se ha desvanecido ni un poco. Ed es un abogado jubilado que vive fuera de DC egresado de University of Scranton y ha sido parte de la junta directiva ahí. Él y Pat han contribuido en comenzar esta conferencia anual. Yo viajaré a Scranton en cuanto termine de escribir esta columna para la edición del 6 de noviembre de The Record.

Al acercarse las charlas, especialmente cuando el compromiso fue realizado hace un año, hay un cierto temor. El pensamiento es de esta forma: ¿Cómo es que dije que sí? Hay tanto que hacer. No me gusta viajar. ¿Cómo estaré listo para otra plática?

Estos pensamientos cruzaron por mi cabeza por un momento. Después comencé a pensar en mi querido hermano George quien tenía Síndrome de Down y cuya presencia cambió mi vida, la de mi familia y muchos otros. Comencé a entusiasmarme con la idea.

Para prepararme, leí el mensaje del papa Francisco en el vigésimo aniversario de la Academia Pontificia para la Vida. De todas las cosas, él habló de la familia como la que hace la diferencia cuando se trata de una persona con discapacidades. La familia puede hacer la diferencia con respecto a una actitud de desecho que degrada a cualquier persona con discapacidad y cualquier idea del llamado de sacrificio para una actitud renovada que puede cambiar a la civilización.

El papa Francisco mencionó: “Maestra de acogida y solidaridad es, sin embargo, la familia: es en el seno de la familia donde la educación perfila de manera sustancial las relaciones de solidaridad; en la familia se puede aprender que la pérdida de la salud no es una razón para discriminar ciertas vidas humanas; la familia enseña a no caer en el individualismo y a equilibrar el yo con el nosotros. Ahí es donde el “cuidar” se convierte en la base de la existencia humana y en una actitud moral que promover, a través de los valores de compromiso y solidaridad”.

Después volví a la declaración del Año Jubilar del Vaticano del 2000 sobre personas con discapacidades y leí lo siguiente: “La persona con discapacidad, en su entrañable riqueza, es un desafío constante para la Iglesia y la sociedad, un llamado para que se abran al misterio que ella presenta. La discapacidad… es un lugar donde la normalidad y estereotipos son retados, y la Iglesia y la sociedad son movidos a buscar por ese punto crucial en donde el ser humano es plenamente él mismo”. Llama a la persona con discapacidad “un interlocutor privilegiado de la sociedad y la Iglesia”. Y la declaración posteriormente añade que la persona con discapacidad “…debe ser un sujeto activo en una relación de amor y no únicamente el objeto de acciones de caridad”.

Cuando vaya a Scranton, hablaré de mi experiencia personal viviendo en una familia moldeada por la positiva presencia de mi hermano con Síndrome de Down. Además daré testimonio del Dr. Jerome Lejeune.

Nacido en 1926 en Francia, el Dr. Lejeune fue nombrado el primer presidente de la Academia Pontificia por la Vida (indicado en la parte superior) por San Juan Pablo II en 1994 que murió antes de que pudiera tomar su rol. En 1959, él descubrió el cromosoma extra (21) responsable del Síndrome de Down – el cual llamó Trisomía 21. En la biografía escrita por su hija, Life is a Blessing, su vida es representada con todos los conflictos que tuvo cuando el defendió a personas con discapacidades. No en vano, su fuerte compromiso con la vida familiar se desarrolla de manera brillante.

Dos citas cortas de él dicen mucho: “Necesitamos ser claros: La calidad de una civilización puede ser medida por el respeto que tiene por el más débil de sus miembros. No hay otro criterio”. Y el segundo: “Hacemos un llamado a todas las personas de buena voluntad de asegurar que la protección a la salud esté basada en una espiritualidad renovada: Cada paciente es mi hermano”.

En la estampita que pide oraciones a través de su intercesión como “Un Siervo de Dios” se encuentra su foto y las palabras: “Una frase, solo una, dicta nuestra conducta, la expresión misma de Jesús: Cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”.

Estoy muy contento de haber dicho sí a la plática de hoy en University of Scranton.

ARZOBISPO JOSEPH E. KURTZ

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