El viernes 19 de junio celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, y necesitamos desesperadamente Su amor divino. En estos días nuestros corazones están tan apachurrados La pandemia de COVID-19 se ha llevado más de 100,000 vidas en los Estados Unidos y muchas más a nivel mundial, pero hemos comenzado a regresar a la Santa Eucaristía, de manera segura y lenta. Justo cuando comenzamos a alegrarnos, nuestra conciencia se eleva una vez más sobre las consecuencias mortales del pecado del racismo y la necesidad de enfrentar este pecado con nuestra fe católica. Complicando las protestas pacíficas y legítimas en las calles de Louisville hay actos de violencia y destrucción que corren el riesgo de dañar, no solo las vidas y la propiedad, sino también a la atención que debe mantenerse para erradicar el racismo.
La semana pasada, en su audiencia del miércoles desde Roma, el papa Francisco lo resumió bien: “Queridos amigos, no podemos tolerar ni cerrar los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión y pretender defender la santidad de toda vida humana. Al mismo tiempo, debemos reconocer que “la violencia de las últimas noches es autodestructiva y provoca autolesión. Nada se gana con la violencia y mucho se pierde… imploremos la reconciliación nacional y la paz que anhelamos”.
Le escribí al alcalde Fischer al comienzo de las protestas que comenzaron en Louisville y compartí mi carta en mi blog: “Por favor, tenga conocimiento de mis oraciones y apoyo mientras lidera a nuestra comunidad a través de la reciente tragedia de la muerte de Breonna Taylor y mientras busca justicia en las circunstancias que llevaron a su muerte. Como usted, apoyo las protestas pacíficas legítimas que dan voz al dolor de la comunidad y al deseo de que se sirva la verdad y la justicia. Como usted, también lamento la violencia sin sentido que tuvo lugar anoche durante una protesta inicialmente pacífica relacionada con esta tragedia “.
En los últimos dos meses al enfrentar la pandemia de COVID-19, nos hemos enfocado en el bien común como la base de la enseñanza social católica. Por lo tanto, hemos adoptado el distanciamiento social y la buena higiene para proteger la vida de los demás, de modo que incluso aquellos de nosotros que no mostramos síntomas mitigaremos la transmisión del virus mortal.
Nuestra enseñanza social católica también debe guiar nuestra respuesta al racismo. Una comprensión central es la dignidad del individuo creado a imagen y semejanza de Dios. Las protestas han estado pidiendo justicia con un tema frecuente: sin justicia, no puede haber paz. Cuando The Courier Journal me entrevistó, mencioné acciones a corto y largo plazo que deben llevarse a cabo dentro de nuestras comunidades. A corto plazo, por supuesto, todos instamos a nuestros funcionarios públicos a lograr una solución justa a las recientes muertes trágicas de afroamericanos en nuestra nación.
Muy necesario e incluso más difícil es el proceso a largo plazo de cambiar los corazones, comenzando por nosotros mismos. Entre las muchas citas por las que se recuerda al Reverendo Martin Luther King Jr., sin duda en la lista está su llamado, ahora de 50 años, para que las personas sean juzgadas no por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. Invocó la dignidad de cada ser humano, que es una dignidad que debemos defender.
En noviembre de 2018, me uní a los obispos católicos de los Estados Unidos para emitir una carta sobre el pecado del racismo titulada “Abre nuestros corazones”. El párrafo 20 dice: “El racismo es un problema moral que requiere un remedio moral—una transformación del corazón humano—que nos impulse a actuar”. Cada uno de nosotros está llamado a unirnos con nuestro prójimo para abrir nuestros corazones a una conversión que rechaza el racismo, conscientes de que, en ese mismo acto estamos reclamando nuestra propia dignidad.
Cuando crecía y hacía algo mal, en muchas ocasiones mi querida madre decía algo que me hacía volver a mis cabales. Ella decía: “Lo que acabas de hacer está por debajo de tu dignidad”. Juntos, como un solo cuerpo de Cristo, defendemos la dignidad de cada ser humano y, especialmente en este trágico momento, denunciamos el pecado del racismo en el que las personas son juzgadas por el color de su piel en lugar del contenido de su carácter.
Debemos recordar que la enseñanza de la Iglesia apoya protestas pacíficas y legítimas, protestas que deben ser escuchadas si queremos crecer como una comunidad saludable. Lamentablemente, estos esfuerzos legítimos para alzar la voz por la justicia y la paz han sido cooptados, incluso en nuestra propia ciudad de Louisville, por actos destructivos de violencia. Los manifestantes se aprovechan de los disturbios y amenazan con confundir el mensaje legítimo de justicia y paz. Caminando por el área del centro que rodea la Catedral, presencié de primera mano los resultados de la destrucción e incluso los restos del saqueo. Estas acciones no tienen lugar en una comunidad que busca la dignidad de cada persona, y corren el riesgo de distraer nuestras mentes y corazones del tema central de abordar los pecados del racismo y buscar justicia y paz duradera para todos.
Incluso ahora, debemos girar hacia un horizonte de esperanza. Uno de mis eventos favoritos cada año ocurre generalmente a principios de marzo. Este es el banquete anual de liderazgo católico afroamericano que reconoce a adultos y jóvenes por su liderazgo y que honra a estos individuos como ejemplos. Este año fue el 33vo. banquete de este tipo, y no me decepcionó, especialmente cuando escuché a los jóvenes ponerse de pie y hablar de las contribuciones de su fe y familia, así como del deseo de vivir a la altura de la dignidad que les pertenece. Estas palabras fueron pronunciadas con confianza en las oportunidades para un futuro lleno de esperanza y promesa. Necesitamos sus voces y nuestra determinación para hacer realidad sus sueños.
No puedo caminar fácilmente los pasos de un hombre o una mujer afroamericana que ha experimentado el odio al racismo y la puerta cerrada de la derrota. Humildemente, solo puedo encontrar formas de alentar a todos nosotros, independientemente del color de nuestra piel, a ver la dignidad de cada ser humano y a buscar el paso que Dios nos llama a dar para fomentar el respeto por la dignidad de cada ser humano. Rechazando el pecado del racismo y buscando un camino mejor, rezamos: “Sagrado Corazón de Jesús, haz que nuestros corazones sean como el tuyo”.