Esperanza en El Señor — Cuatro pasos para lidiar con el COVID-19

Arzobispo Joseph E. Kurtz

El arzobispo Kurtz escribe acerca de cómo debemos tomar medidas tranquilas y prudentes, llegar a los demás, establecer rutinas que den vida y confiar en la gracia de Dios al enfrentar la pandemia del COVID-19.

Todos nosotros hemos estado debidamente ocupados en responder a la pandemia de COVID-19 y a las formas de mitigar su grave impacto. Naturalmente, volteamos la mirada a tragedias pasadas por formas de responder bien hoy en día.

He estado recordando mi visita a Filipinas en enero de 2014 después del tifón Yolanda de noviembre de 2013. Su fuerza destructiva en la isla de Leyte fue profunda y, como presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, llevé conmigo las oraciones y el apoyo del pueblo de los Estados Unidos y las contribuciones para la recuperación hechas por los fieles.

Hay muchas diferencias entre ese tifón y el COVID-19. Por un lado, la fuerza destructiva del tifón golpeó la isla y pasó muy rápido. Por otro lado, la destrucción y la agitación fueron muy evidentes. Los edificios fueron destruidos, las casas fueron arruinadas, vidas se perdieron y los medios de vida fueron aniquilados en un instante. El largo camino de recuperación tuvo que comenzar.

Nuestra sabia respuesta al impacto de COVID-19 es principalmente mitigar los efectos. Mientras que la severa enfermedad ha llegado a algunos individuos y familias por quienes oramos, la mayor parte de la respuesta es limitar el daño a otros.

Habiendo notado las diferencias entre estos dos desastres, también encuentro similitudes significativas y sustanciales. Lo primero para nosotros como nación y como iglesia es mantener la calma pero tomar medidas prudentes. Estos pasos implican distanciamiento social y escrupulosidad en nuestra higiene. Con esperanza, nuestros hábitos de higiene continuarán una vez que la crisis haya terminado, y esto puede surgir como uno de los regalos dentro de las grandes tragedias que estamos padeciendo.

En segundo lugar, cuando el pueblo filipino comenzó su recuperación, encontré un gran énfasis en el cuidado de uno al otro. En cada aldea, la gente trabajaba para asegurarse de que nadie estuviera aislado y que todos recibieran la ayuda adecuada. El cuidado de nuestro prójimo presenta desafíos con el distanciamiento social, pero esto no pone fin a nuestra obligación de ayudar a los demás lo mejor que podamos. Llegar al prójimo y tomar medidas para ayudar a los necesitados debería ser parte de nuestra respuesta.

La tercera lección aprendida de las Filipinas es la necesidad de restablecer una rutina que dé vida. Ya sea que estemos en cuarentena o que vivamos en un distanciamiento social autoimpuesto que nos aísla de nuestra rutina normal, es necesario que no caigamos en una especie de estupor en el que nuestra única actividad es mirar o escuchar las noticias o estar en las redes sociales las 24 horas del día. Sin duda, debemos mantenernos informados, y nuestros medios están haciendo un gran trabajo al ayudarnos a hacer exactamente eso. Sin embargo, también necesitamos establecer una rutina que dé vida y pueda ser productiva.

En las Filipinas, lo primero fue el restablecimiento de las escuelas, que proporcionaron una rutina, no solo para los niños sino también para las familias. Actualmente no podemos hacerlo debido al distanciamiento social. Por lo tanto, nuestro desafío de ser creativos es aún más desalentador. Escuché de una madre que se sentó con sus hijos para repasar lo que normalmente sería su rutina escolar para imitarla de alguna manera pequeña mientras estaban confinados en casa. Establecer tiempos de oración, reflexión, buena lectura e incluso un diario creativo son otras formas de establecer una rutina que da vida.

La cuarta lección refleja nuestra capacidad de confiar en la gracia de Dios para nosotros y para los demás. ¡Dejé lo mejor para el final! Esto incluye ser conscientes de nuestro prójimo en nuestra oración. Si bien el segundo paso era llegar físicamente a los demás dentro de los límites del distanciamiento social, también debemos animar a los demás mientras oramos. Recuerdo haber entrevistado a muchos de los líderes de las comunidades filipinas en el 2014 y me pareció alentador escucharlos hablar sobre vecinos específicos que tuvieron que soportar mucho y que los tenían en sus oraciones. Un buen punto de partida es el Salmo 31. Comienza “A ti, Señor, me acojo” y termina en el versículo 25 con “¡Fortalezcan su corazón, sean valientes, todos los que esperan en el Señor!”

Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos, rezamos para que esta pandemia del COVID-19 termine lo antes posible, y rezamos, con la menor cantidad posible de víctimas. Oramos también para que las lecciones que aprendemos acerca de tomar acciones prudentes y vivificantes, en lugar de respuestas temerosas o puramente reactivas, vivan en nuestras vidas después de que esta pandemia haya pasado.

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