¡Queridos hermanos y hermanas en Cristo! Este es el día que el Señor ha creado, ¡regocijémonos y alegrémonos! Porque Jesucristo, nuestro Señor, ¡ha resucitado!
En nuestra tradición de fe, creemos que «La obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, Cristo la realizó principalmente por el Misterio Pascual, mediante el cual con su muerte destruyo nuestra muerte y con su Resurrección restauró nuestra vida”.
(Normas Generales del Año Litúrgico y del Nuevo Calendario Universal 18).
Al reunirnos con nuestras familias y amigos para celebrar la alegría pascual, se nos anima a tener presente la imagen del sepulcro vacío, que ilustra cómo nuestro Señor triunfó sobre la muerte. Jesucristo, el Redentor, está vivo, y en este Año de Jubileo de la Esperanza recordamos que la resurrección de Jesús es fuente de gozosa esperanza y regocijo. En este Domingo de Pascua, al reflexionar sobre las numerosas necesidades y problemas que afectan a nuestras comunidades, tomemos la determinación de seguir atendiendo el llamado a ser una familia que, a través de nuestra fe pascual, traiga vida y esperanza a los demás y al mundo.
Que la Madre de Dios, por su inagotable intercesión, vele siempre por nuestras diversas comunidades, mientras nos esforzamos por realizar la obra de su Hijo en este mundo. Que nuestra labor esté en perfecta armonía con las enseñanzas eternas de Cristo y que el mensaje del Evangelio se haga vivo a través de cada uno de nosotros en esta Pascua y para siempre.
Les deseo una muy sagrada Pascua, prometiendo mis oraciones por ustedes y pidiendo sus oraciones por mí.
¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
