
La semana pasada, el periódico “The Record” anuncio la transferencia de sacerdotes que tendrá lugar el 20 de junio. Este año trae consigo un gran número de cambios. Estos cambios están ocurriendo por razones claras, pero esto no hace los cambios fáciles para el sacerdote (o el administrador pastoral) o para los feligreses.
Los cambios emergen de una serie de factores. Entre las muchas razones se incluyen el retiro de tres buenos pastores y la finalización de otro buen administrador pastoral más la necesidad de contar por el llamado del obispo Spalding a ser Obispo de Nashville y la repentina muerte del padre Larry Gelthaus. La ordenación anticipada de cinco sacerdotes nuevos, por supuesto, es una realidad bienvenida. Además, somos bendecidos con sacerdotes que vienen de otras iglesias locales – un sacerdote de la Arquidiócesis de Palo en las Filipinas y un sacerdote adicional de la India – de la orden fundada de los Carmelitas de María Inmaculada.
Estos cambios traen a menudo despedidas difíciles y emocionales a un pastor amado que ha servido bien a los fieles y que es llamado a comenzar de nuevo. Este tiempo profundamente emocional también implica comenzar de nuevo – feligreses dando la bienvenida a un nuevo sacerdote y un sacerdote que viene a conocer, amar y servir a nuevos fieles. Por supuesto, las amistades que comienzan usualmente continúan, pero esto no nos protege de la dificultad y el dolor de la separación y nuevos comienzos.
En estas circunstancias, pedimos por la gracia de Dios por la virtud de la generosidad. Este don nos permite compartir al sacerdote que hemos llegado a amar con otros y recibir generosamente a un nuevo sacerdote que está impaciente por servir.
Cuando los sacerdotes son ordenados, ellos aceptan un cierto sentido de abandono entre las promesas que hacen. En mis 46 años de sacerdote, he tenido que aceptar muchos cambios, y al volver a ver hacia atrás, recuerdo con gran gratitud a aquellos fieles que han llegado a mi vida y a quienes he servido, hecho amistad y apreciado. Esto es por cierto la suerte y la bendición de un sacerdote. Mi pastor al tiempo de mi ordenación compartió conmigo un diferente entendimiento de la pobreza. Dijo que los sacerdotes experimentan la pobreza de una manera muy real cuando el Obispo hace un nombramiento por el bien de la Iglesia que requiere que un sacerdote se mueva a una comunidad nueva para servir en el nombre de Jesucristo.
Al recordar mis asignaciones, también estoy lleno de agradecimiento por la aventura de servir en tantos lugares (lugares que ciertamente no imaginé al tiempo de mi ordenación), y escucho a mis hermanos sacerdotes decirme de reflexiones similares.
Tomo esta oportunidad de agradecer profundamente. Agradezco a Dios por Su mano en el trabajo en los eventos desafiantes que la transferencia de sacerdotes crea. Agradezco a los sacerdotes que de manera generosa aceptan acoger estos cambios y servir a la nueva comunidad de fieles con amor. Agradezco a los fieles que también sienten el dolor de la separación de un pastor que se ha vuelto tan apreciado por ellos y quien sin embargo da una generosa bienvenida al sacerdote que vendrá a servirlos ahora y en el futuro.
Este año, la Misa del Santo Crisma en la Catedral estaba llena de sacerdotes y fieles – espacio para personas de pié solamente. En medio de los fieles, inmediatamente después de la homilía, fui privilegiado de recibir la renovación de promesas sacerdotales. Comencé por preguntar a los sacerdotes reunidos: “Amados hijos: al conmemorar hoy el día en que Cristo, nuestro Señor, comunicó su sacerdocio a los Apóstoles y a nosotros, ¿quieren ustedes renovar las promesas que hicieron el día de su ordenación, ante su obispo y ante el pueblo santo de Dios?” Después de realizar las promesas, concluyo dirigiéndome al santo pueblo presente: “…oren por sus sacerdotes; que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus dones celestiales, para que sean fieles ministros de Cristo, Sumo Sacerdote, y los conduzcan a ustedes hacia él, que es la fuente única de la salvación”. Y añado: “…oren también por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico, encomendado a mis débiles fuerzas, y que sea entre ustedes una imagen viva y cada vez más perfecta de Cristo Sacerdote, buen Pastor, Maestro y servidor de todos”.
La Iglesia entera responde en una sola voz: “Cristo óyenos; Cristo escúchanos”. Que estos días sirvan además como días de gracia, gratitud y generosidad.