Esperanza en El Señor — La belleza salva al mundo

Archbishop Joseph E. Kurtz
Archbishop Joseph E. Kurtz

Aquí está mi homilía para la apertura de la Misa de la reunión de primavera de la Conferencia de Obispos Católicos llevada a cabo el 10 de junio en la Catedral-Basílica de St. Louis.

Qué agradecidos estamos los obispos hacia ustedes, arzobispo Carlson y todos los sacerdotes, diáconos, hombres y mujeres de la vida consagrada y todos los fieles que se encuentran reunidos en esta hermosa Catedral. Gracias por su cálida bienvenida a la Arquidiócesis de St. Louis y por sus oraciones para nosotros los Obispos.

En enero de 1999, San Juan Pablo II celebró las vísperas aquí y en donde elogió lo que Él llamó “…esta impresionante
Catedral Basílica para dar culto a Dios y dejar que nuestra oración se eleve como el incienso”. Posteriormente en el mismo año, escribió una Carta a los Artistas en donde él describe la belleza como la vía por la que Cristo entra al mundo. Citando a Prince Myshkin, el héroe de la novela de Dostoievsky, El Idiota, recordó que “la belleza salvará al mundo”. El papa Juan Pablo II prosiguió en recordar a los artistas, haciendo referencia al filósofo del siglo XV Nicolás de Cusa, que la belleza no es lo que crean, sino que es lo que descubren, comunican y comparten. Dios crea esta belleza y ellos la comparten. Así sea la belleza de Catedrales magníficas como esta, obras como La Piedad de Miguel Ángel o la belleza de una novela inspirada, los grandes artistas enseguida admiten que lo que es comunicado viene mas allá de ellos mismos.
San Pablo explica esto en su Segunda Carta a los Corintios en la lectura de esta tarde. Desacreditando a los apóstoles que se alaban a sí mismos, Pablo admite que su confianza está en Dios por medio de Jesucristo. Las verdaderas cartas de recomendación para un buen apóstol como Pablo (o por esa razón, para aquellos que se esfuerzan en ser buenos Obispos como todos ustedes) no vienen de nosotros mismos sino de Dios. De hecho, leí que el Segundo Consejo de Orange en el año 529 AD utilizó este versículo acerca de las cartas de recomendación que provienen de Dios para enunciar una enseñanza para combatir el semipelagianismo – una enseñanza que ahora es conocida por todos nosotros – que hasta el propio acto de fe requiere de la gracia de Dios para mover nuestras almas.

El día de hoy, en el Evangelio de San Mateo del Sermón de la Montaña, Jesús habla de no abolir la ley sino de complementarla y dar cumplimiento, así que cuando hablamos hoy de

  • la belleza de la dignidad humana (y fuertemente combatir el racismo) o
  • la belleza del amor marital (que mañana dará un poderoso testimonio nuestro panel de parejas fieles) o
  • la belleza de la ecología humana y el ambiente, el jardín de Dios (anticipando la encíclica del papa Francisco),
    estamos buscando lo que Jesús identifica como la característica del más grande en su Reino: no para crear la verdad pero para “obedecer y enseñar” la verdad. La belleza es de Él, y nosotros somos los que la compartimos y comunicamos con amor.

Es por ello que el Evangelio es tan apto, llamándonos a quienes buscamos servir en lugar de ser servidos, a “obedecer y enseñar”. Por ello es que la Misa Votiva para los Ministros en la oración de apertura pide a Dios que nos conceda “ser efectivos en acción, gentiles en ministerio y constantes en la oración”.

El año pasado el papa Francisco habló sobre otro aspecto de la belleza. Le habló a un grupo de sacerdotes acerca de la belleza de su fraternidad sacerdotal. Como toda belleza verdadera, este es también un regalo de Dios que simplemente descubrimos y compartimos. Es ese regalo que nos marca a los Obispos como sus seguidores al buscar la belleza de nuestra fraternidad en unión con nuestro Santo Padre, que pronto nos visitará. Que esta belleza sea vista en los próximos días:

  • en nuestras deliberaciones y discusiones,
  • en nuestras comidas y conversaciones fraternales,
  • en nuestra Hora Santa de oración y en el Sacramento de la Reconciliación, que humildemente recibimos, por “la belleza que salvará al mundo”.

Arzobispo Joseph E. Kurtz

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