Enseñando Nuestra Fe — Migrantes y la Enseñanza Social Católica

Archbishop Joseph E. Kurtz of Louisville, Ky., president of the U.S. Conference of Catholic Bishops, gives his address Nov. 16 during the bishops 2015 fall general assembly in Baltimore. (CNS photo/Bob Roller)
Arzobispo Joseph E. Kurtz (Foto por CNS)

Esta serie de editoriales de enseñanza se centran en el enfoque de la Iglesia hacia los inmigrantes y refugiados, especialmente a la luz de la invitación del papa Francisco a “Comparte el Camino”

“Tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me recibieron” Mateo 25:35

El 27 de septiembre, 2017, el papa Francisco nos invitó a unirnos a él y a compartir el camino con migrantes, que incluyen inmigrantes, refugiados, personas desplazadas y aquellos que son víctimas de tráfico humano. En su mensaje para la “Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018” nuestro Santo Padre resume la base para esta invitación, señalando la gran preocupación de la Iglesia por las personas en cualquiera de estas situaciones y nos recuerda que “cualquier forastero que toca a nuestra puerta es una oportunidad para un encuentro con Jesucristo, que se identificó con el acogimiento y el rechazo de forasteros de toda edad (Mateo 25:35-43)

En esta serie de editoriales de enseñanza, muchos aspectos de la Iglesia y respuesta a migrantes serán presentados. Quisiera ofrecer algunas reflexiones sobre nuestra respuesta a la luz de la enseñanza social católica.

Sabemos que la Iglesia en su mejor momento ha sido una Iglesia que acoge y acompaña a los demás. El capítulo 22 del Libro del Éxodo indica “No oprimirás al extranjero, ya que también ustedes fueron extranjeros en tierra de Egipto”. El Nuevo Testamento relata la historia de la Sagrada Familia, migrantes que huyeron del terror de Herodes, y sabemos que Jesús mismo se movió de lugar en lugar con “no lugar para recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Por supuesto, las palabras de Jesús en el Evangelio de San Mateo 25 específicamente conectan nuestra respuesta a aquellos que están hambrientos, sedientos, desnudos y que son extraños a la persona misma de Jesús.

En su mensaje a los migrantes, el papa Francisco visualiza nuestra respuesta como una Iglesia que reside en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Estos verbos emergen de la enseñanza social católica, especialmente los principios de la vida y dignidad de la persona; el llamado a la familia, comunidad, y participación; la opción por el pobre y el vulnerable; la dignidad del trabajo y el derecho de los trabajadores; y solidaridad.

Acogemos a los migrantes de nuestro entendimiento fundamental de la igualdad natural de dignidad de todas las personas y nuestra solidaridad con personas de toda raza, nación y religión, especialmente los pobres y vulnerables. Esta dignidad presupone la habilidad de la persona para proveer las necesidades básicas, apoyar a sus familias y participar completamente en la comunidad a través del uso de sus talentos dados por Dios. El bien común universal reconoce que los bienes de la tierra pertenecen a todas las personas y que no pueden ser acumulados o controlados para beneficiar solo a algunos o a grupos selectos.

Los derechos básicos humanos, incluyen el derecho a trabajar y a un salario justo, el derecho de formar una familia y contribuir al llamado de la comunidad por una política pública de proteger a los migrantes, muchos de los cuales están huyendo de persecución, violencia o privación económica, independientemente de su estado legal. Promover, incluye esfuerzos para asistir a los migrantes en llevar vidas de significado y propósito, incluyendo la protección de la integridad de la familia, la posibilidad de trabajo, libertad religiosa y todos los derechos que damos por hecho como americanos. Finalmente, integrar significa fomentar el enriquecimiento intercultural por medio de un encuentro en donde la cultura e identidad de los migrantes converge con la cultura e identidad de aquellos que los acogen en una relación mutuamente respetuosa y beneficiosa.

Al mismo tiempo, la Iglesia respeta el derecho de las naciones soberanas para controlar sus fronteras en el servicio del bien común de sus ciudadanos. El diálogo nacional necesitado requiere una reforma integral que incluya problemas legítimos por la seguridad y el bienestar de todos los ciudadanos. Sin embargo, estos problemas no son un derecho absoluto, y la capacidad de naciones ricas y poderosas como los Estados Unidos de recibir a refugiados e inmigrantes también es una seria responsabilidad. “Al que se le ha dado mucho se le exigirá mucho, y cuanto más se le haya confiado, mas cuentas se le pedirán” (Lucas 12:48). La reforma migratoria y el sentido común de las medidas de seguridad desafiarán la falsa premisa de que la seguridad y tratar a la gente humanamente se excluyen mutuamente. Necesitamos ambas y estoy convencido de que podemos.

Los siguientes artículos en esta serie profundizarán en cuestiones de política pública, la realidad de los refugiados y el cuidado pastoral por los inmigrantes, y las historias personales de los migrantes. Como nieto de inmigrantes eslovacos y polacos que vinieron a este país para buscar una mejor vida, me comprometo a unirme al papa Francisco en compartir el camino de aquellos migrantes que vienen a este país hoy en día. La diversidad y la esperanza de tantos en los últimos 200 años que han viajado a los Estados Unidos nos han hecho lo que somos ahora. Nuestros esfuerzos continuos de recibir, proteger, promover e integrar a los migrantes harán un mañana más fuerte.

Reverendísimo Joseph E. Kurtz, D.D. Arzobispo de Louisville

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